Tras
el pavo del año pasado, más íntimo, éste decidimos celebrarlo (
XIV edición) en
Laguna de Cameros, por seguir comiendo sobre la mesa de
Jaime y
Enriqueta, la de siempre, que ahora está en lo de
Carmina.
Sería, y fue, el sábado, 15 de noviembre. Hasta que llegó el día, estuvimos pendientes del tiempo no fuera a ser que la nieve nos obligara a cancelarlo, por cerrar o dificultar mucho el acceso al pueblo.
Larri y
Susan se adelantaron para prepararlo todo, sobre todo calentar la casa, que por esas fechas suele hacer un frío del demonio en el
Camero Viejo...
Willy,
Sadie y yo las acompañamos, por orearnos.
¡Menos mal que fuimos!
Nos encontramos el túnel de
Piqueras abierto... hacía varios años que estaba terminado, pero fuera de uso: se les había olvidado alguna meundencia, como las salidas de emergencia, o la ventilación, quién sabe qué.
Vino bien, pues que en
Piqueras aún se veían los restos de la nevada de unos días antes: cuando llegamos a nuestra casa encontramos muchas ramas del pino tronchadas por el peso de la nieve y en el suelo; luego nos dijeron que les había pasado a muchos otros árboles, que la nieve cayó lenta y copiosa.
Compramos y cambiamos bombonas de butano, encendimos radiadores eléctricos... y enfrentamosa una crisis grave: el pavo no cabía en el horno.
Jesús, el del supermercado
Sánchez Romero, nos había preparado un ejemplar excepcional y hermosísimo, como siempre, de 8 kilos y pico y pecho prominentísimo, como debe ser.
Tras la negativa de un saborío y de soluciones luego frustradas, convinimos con
Javier, que sube el pan a
Laguna, que el sábado bajaríamos a las 10 a la panadería de su familia y en su horno podríamos asar el pavo, que su madre asaba corderitos y cabritos de vez en cuando y nos ayudaría.
Quedamos muy agradecidos y aliviados... y nos relamíamos de gusto, que seguro que asado en el horno de leña de
Los Palacios, de los poquísimos que quedan en
La Rioja, quedaría sabrosísimo.
Dormimos estupendamente y tranquilos.
Susan y yo nos levantamos temprano, rellenamos el pavo, lo cosimos y salimos en busca del horno.
Soto en Cameros está a media hora de
Laguna (menos si corres), bajando por la
LR-250 hacia
Logroño. Nos lo tomamos con calma, pero aún así llegamos con quince o veinte minutos de adelanto y
Sara, la mamá de
Javier y viuda de
Manuel Palacios, sigue atareada con la última hornada de pan, que estaba a punto de terminarse.
Susan hizo rápidamente buenas migas con Sara Herreros... pero ni por esas: el pavo tampoco cabía por la boca del horno, que su bóveda era espléndida, pero por su bocana no entraba nuestro pavo, que ahí estaba, con su hermoso pecho altivo, y bien rellenito.
Y ahora ¿qué? Mientras elucubrábamos una solución conocimos a otros del
clan Palacios: un nieto vestido de futbolista que esperaba a que su tía de
San Sebastián, muy guapa, lo recogiera para acercarlo al partido;
José Luis, el yerno, que ayudaba a sacar el pan del horno... y que de tanta ayuda acabó resultando para el buen fin de nuestro pavo.
Sugerí meterlo inclinado y aplastándolo... pero el pavo no entraba. Tras varias otras propuestas fallidas,
José Luis trincó un cuchillo dispuesto a cortarle el esternón. ¡Qué penita! Pero el pavo se resistió y tuvo que pertrecharse con un arma más agresiva: una sierra...
Oye, tú, mano de santo, en un momento había conseguido despechugar al pavo, nunca mejor dicho. Luego, de vuelta al cuchillo, deshuesó el esternón de la pechuga, y nuestro pavo perdió su orgullosa arrogancia, qué se le va a hacer.
Sara bajó unos palillos y con eso recolocamos la pechuga, ya sin esternón, en el pavo... y así conseguimos hacerle entrar en el horno de pan.
Tras la ardua batalla lo dejamos allí solito, a temperatura constante de 180º, hasta que volvimos a por él tres horas después. Mientras,
Sara lo había mimado, refrescándolo de vez en cuando con agüita, que tan buena salsa haría luego...
Susan y
Sara se rieron bastante y quedaron en que el año que viene el pavo no debería tener más de 15-16 cm entre pecho y espalda, y que serían dos si hiciera falta. Mientras fui a por el coche, habían envuelto al pavito y embotellado la salsa. Solo me quedó cargarlo y subir tranquilito hasta
Laguna, para que el pavo no se mareara.
Llegamos a casa con el pavo justo a tiempo y al tiempo que todos nuestros invitados: primero aparecieron,
Manolo y
Olalla con
Gema; inmediatamente
Javier con
Cristina y
Olivia; luego
Pepe y
Lucía, ya muy embarazada, que se habían perdido un poco entre
Muro y
Ortigosa.
Más adelante, llegaron
José Luis y
Arancha con su prole,
Laura,
Samuel y
Bruno.
Y algo después los últimos,
Alfonso y
Maite, que por algo era quienes venían desde más cerca,
Logroño.
Javier había traido una torta
portuguesa, origen de la
extremeña del
Casar, y un buen cava que empezamos a despachar con hambre mientras nos saludábamos.