Friday, June 07, 2013

Nadie quiere estar equivocado

Estamos dispuestos a aceptar casi cualquier explicación de la actual crisis de nuestra civilización, salvo una:  que el estado actual del mundo sea resultado de un genuino error nuestro, y que la persecución de algunos de nuestros más queridos ideales parece haber producido resultados muy alejados de los que esperábamos.
Hayek, Camino a la Servidumbre (1944)

No creas todo lo que pienses.
Anónimo

Parece lógico pensar que si los resultados de nuestros actos no son los esperados nos planteemos la corrección de las asunciones que los determinaron, para ver donde erramos. Pero lo cierto es que la mayoría casi nunca reaccionamos así. Lo más frecuente es que nos enroquemos, buscando todo tipo de excusas y chivos expiatorios, para no reconocer que nos equivocamos en nuestras percepciones. Y ello es más cierto cuanto menos conocemos los elementos del asunto en concreto.

Además, junto a las personas de bien suelen concurrir las personas de mal, los vendedores de crecepelo, que no es que se equivoquen, sino que apelan a los buenos sentimientos de los demás (o a sus necesidades o debilidades) con fines torcidos. La buena cara que suelen presentar hace que no sea tan fácil su detección.

Ambos elementos resultan en lo que Umbral redujo magistralmente a un sarcástico 'la gente rebosa buenos propósitos'. Ese resultado hace muy difícil la reacción tempestiva de las sociedades y a menudo ha provocado enormes males. Tan enormes que, a toro pasado, hace increíble que los errores que los provocaron hubieran pasado desapercibidos a tantos.

Y lo cierto es que, al mirar atrás, comprobamos que algunos detectaron los desvaríos y alzaron la voz de alarma, sin resultado, como no fuera el desprecio generalizado, en el mejor de los casos (hay que reconocer que suenan tantas alarmas injustificadas a diario que no es extraño que hayamos desarrollado un mecanismo inconsciente de supresión del ruido; mecanismo que coadyuva a que no prestemos atención al aviso justificado).

Poco a poco vamos conociendo mejor cómo funcionamos, pero aún estamos muy lejos de entendernos lo suficiente como para eludir esa tendencia al autoengaño (reforzada por la acción de quienes conscientemente nos quieren engañar) que con tanta intensidad nos domina y que tantos males nos causa y hace que provoquemos.

Frente a ello solo nos queda ejercitarnos para evitar el vicio del autoengaño y estar alerta ante los engaños buscados por los avispados.

Y ese esfuerzo intelectual (y de control de las emociones y de nuestro inconsciente) exige trabajo, como el ejercicio físico, pues aún no dominamos la infusión de la ciencia ni San Google ha desarrollado el algoritmo y el interfaz necesarios para dárnoslo mascado e indoloro.