Estamos dispuestos a aceptar casi cualquier
explicación de la actual crisis de nuestra civilización, salvo una: que el estado actual del mundo sea resultado
de un genuino error nuestro, y que la persecución de algunos de nuestros más
queridos ideales parece haber producido resultados muy alejados de los que
esperábamos.
Hayek, Camino a la Servidumbre (1944)
No creas todo lo
que pienses.
Anónimo
Parece lógico pensar que si los
resultados de nuestros actos no son los esperados nos planteemos la corrección
de las asunciones que los determinaron, para ver donde erramos. Pero lo cierto
es que la mayoría casi nunca reaccionamos así. Lo más frecuente es que nos
enroquemos, buscando todo tipo de excusas y chivos expiatorios, para no
reconocer que nos equivocamos en nuestras percepciones. Y ello es más cierto
cuanto menos conocemos los elementos del asunto en concreto.
Además, junto a las personas de
bien suelen concurrir las personas de mal, los vendedores de crecepelo, que no
es que se equivoquen, sino que apelan a los buenos sentimientos de los demás (o a sus necesidades o debilidades) con fines torcidos. La buena cara que suelen presentar hace que no sea tan
fácil su detección.
Ambos elementos resultan en lo
que Umbral redujo magistralmente a un sarcástico 'la gente rebosa buenos
propósitos'. Ese resultado hace muy difícil la reacción tempestiva de las
sociedades y a menudo ha provocado enormes males. Tan enormes que, a toro
pasado, hace increíble que los errores que los provocaron hubieran pasado
desapercibidos a tantos.
Y lo cierto es que, al mirar
atrás, comprobamos que algunos detectaron los desvaríos y alzaron la voz de alarma,
sin resultado, como no fuera el desprecio generalizado, en el mejor de los
casos (hay que reconocer que suenan tantas alarmas injustificadas a diario que
no es extraño que hayamos desarrollado un mecanismo inconsciente de supresión
del ruido; mecanismo que coadyuva a que no prestemos atención al aviso
justificado).
Poco a poco vamos conociendo
mejor cómo funcionamos, pero aún estamos muy lejos de entendernos lo suficiente
como para eludir esa tendencia al autoengaño (reforzada por la acción de
quienes conscientemente nos quieren engañar) que con tanta intensidad nos
domina y que tantos males nos causa y hace que provoquemos.
Frente a ello solo nos queda
ejercitarnos para evitar el vicio del autoengaño y estar alerta ante los
engaños buscados por los avispados.
Y ese esfuerzo intelectual (y de
control de las emociones y de nuestro inconsciente) exige trabajo, como el
ejercicio físico, pues aún no dominamos la infusión de la ciencia ni San Google
ha desarrollado el algoritmo y el interfaz necesarios para dárnoslo mascado e
indoloro.
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