Monday, November 07, 2005

okupas, cosas que vienen solas

cosas que vienen solas, me han dicho, tras educadamente anticipar disculpas.
pues así me lo tomaré. pero esto realmente es una okupación. solo porque no es del todo innecesaria, la okupación, y por lo interesante que me parece lo que ocupa al corresponsal, seguiremos alojando sus cosas que vienen solas.
a diferencia de los casos anteriores, el título de este post es mío, aunque robado de otro, claro, y no es el de la cuartilla que nos dejaron encontrar. ésta, con su título y todo, viene ahora tal y como la dejó escrita su autor, salvo que, como editor sin permiso, he desencajado un encajado, y he quitado un verbo duplicado. Ahí va.

LA CAJA DÉBIL

Ahora, con el desenterramiento de Eva Perón en el desmadre sur y los últimos devaneos documentales sobre Hitler, uno se percata de que "los nazis las prefieren Evas".
¿Qué puede pensarse de una caja que acoge por igual a Perón y a Evita entre los muertos y a Bin Laden y Castro entre los vivos? Una caja que arrastran los cómicos de feria en que se han convertido los polítizqos de América Latina en su peregrinaje de mercado ¿Qué más esconden en la caja y cuándo estarán dispuestos a desencajarlo?
La caja fuerte ha sido siempre un símbolo del capital, de su aparente inmutabilidad kafkiana. Aún con rueditas, una caja fuerte es una mole estática y solemne.
Pero la izquierda, con toda la historia del reciclaje y la sostenibilidad, ha descubierto la eficacia de la caja débil. La caja débil se transporta con facilidad, está llena de aire, de vivos o de muertos pero sublimados por la ficción como un gas hilarante (que también es posible morirse de risa).
Y la caja débil no precisa de claves para ser abierta, de hecho nunca está cerrada, porque lo que ella oculta es la propia caja. En eso se vincula con los nuevos tiempos: la forma es el contenido.
En el fondo de la cuestión, uno elegiría para presidente al tipo a quien uno dejaría sin resquemor (dentro de lo razonable) las llaves de su casa. Porque un presidente es exactamente eso, un desconocido que tiene las llaves de tu casa. Con la caja débil desaparece la necesidad de las llaves. No hay llaves porque todos estamos en la caja. Una caja tan débil que es más bien una cajita, una cajita tan precaria que es ya indestructible.
La cajita se llena de aire, o sea, de palabras, de reverberación ad aeternum, lo cual es un modo de estar siempre vacía, de ser sólo caja.
El capitalismo es el reinado de los sólidos. Los sólidos requieren esfuerzo. Su hostilidad está llena de fragor, de pena y de pringue, de consumo ávido, de construcción e intercambio de objetos, y detrás, el descanso se antoja como una interrupción donde tienen cabida, aún si fugazmente, lo adorable y la imaginación descabellada.
Pero el cajitalismo es la veneración del vacío. Amantes de la destrucción, sus profetas abogan por los cambios de estado unidireccionales: todo en estado gaseoso (El líquido es demasiado problemático, véase si no lo del petróleo, el agua o el botellón).
Hasta los bancos están siendo seducidos por lo de la caja débil. Ahora el dinero circula por el ciberespacio que es una forma de aire en estado de plasma. Circulación que no tendría sentido si detrás no estuviese la muralla de objetos para validarla, el patrimonio puro y duro de la Tierra y su riqueza paradójica.
Sin embargo, el cajitalismo confunde de continuo y toma por capital justamente ése, el que se mueve en los salvadores de pantalla y las músicas telefónicas de espera, repitiendo el mismo patrón hasta el hartazgo. Sus abanderados se quedan con la caja vacía y la reparten o, dicho mejor, nos reparten en ella, cada uno en su sitio.
Es la ideología instantánea y reproducible del mensaje, como aquello tan oportuno de "¡Pásalo!". ¡Y sí que se han pasado!