Tuesday, November 18, 2008

El pavo accidental

Tras el pavo del año pasado, más íntimo, éste decidimos celebrarlo (XIV edición) en Laguna de Cameros, por seguir comiendo sobre la mesa de Jaime y Enriqueta, la de siempre, que ahora está en lo de Carmina.

Sería, y fue, el sábado, 15 de noviembre. Hasta que llegó el día, estuvimos pendientes del tiempo no fuera a ser que la nieve nos obligara a cancelarlo, por cerrar o dificultar mucho el acceso al pueblo.

Larri y Susan se adelantaron para prepararlo todo, sobre todo calentar la casa, que por esas fechas suele hacer un frío del demonio en el Camero Viejo...Willy, Sadie y yo las acompañamos, por orearnos.

¡Menos mal que fuimos!

Nos encontramos el túnel de Piqueras abierto... hacía varios años que estaba terminado, pero fuera de uso: se les había olvidado alguna meundencia, como las salidas de emergencia, o la ventilación, quién sabe qué.

Vino bien, pues que en Piqueras aún se veían los restos de la nevada de unos días antes: cuando llegamos a nuestra casa encontramos muchas ramas del pino tronchadas por el peso de la nieve y en el suelo; luego nos dijeron que les había pasado a muchos otros árboles, que la nieve cayó lenta y copiosa.

Compramos y cambiamos bombonas de butano, encendimos radiadores eléctricos... y enfrentamosa una crisis grave: el pavo no cabía en el horno.

Jesús, el del supermercado Sánchez Romero, nos había preparado un ejemplar excepcional y hermosísimo, como siempre, de 8 kilos y pico y pecho prominentísimo, como debe ser.

Tras la negativa de un saborío y de soluciones luego frustradas, convinimos con Javier, que sube el pan a Laguna, que el sábado bajaríamos a las 10 a la panadería de su familia y en su horno podríamos asar el pavo, que su madre asaba corderitos y cabritos de vez en cuando y nos ayudaría.

Quedamos muy agradecidos y aliviados... y nos relamíamos de gusto, que seguro que asado en el horno de leña de Los Palacios, de los poquísimos que quedan en La Rioja, quedaría sabrosísimo.

Dormimos estupendamente y tranquilos. Susan y yo nos levantamos temprano, rellenamos el pavo, lo cosimos y salimos en busca del horno. Soto en Cameros está a media hora de Laguna (menos si corres), bajando por la LR-250 hacia Logroño. Nos lo tomamos con calma, pero aún así llegamos con quince o veinte minutos de adelanto y Sara, la mamá de Javier y viuda de Manuel Palacios, sigue atareada con la última hornada de pan, que estaba a punto de terminarse.

Susan hizo rápidamente buenas migas con Sara Herreros... pero ni por esas: el pavo tampoco cabía por la boca del horno, que su bóveda era espléndida, pero por su bocana no entraba nuestro pavo, que ahí estaba, con su hermoso pecho altivo, y bien rellenito.

Y ahora ¿qué? Mientras elucubrábamos una solución conocimos a otros del clan Palacios: un nieto vestido de futbolista que esperaba a que su tía de San Sebastián, muy guapa, lo recogiera para acercarlo al partido; José Luis, el yerno, que ayudaba a sacar el pan del horno... y que de tanta ayuda acabó resultando para el buen fin de nuestro pavo.

Sugerí meterlo inclinado y aplastándolo... pero el pavo no entraba. Tras varias otras propuestas fallidas, José Luis trincó un cuchillo dispuesto a cortarle el esternón. ¡Qué penita! Pero el pavo se resistió y tuvo que pertrecharse con un arma más agresiva: una sierra...

Oye, tú, mano de santo, en un momento había conseguido despechugar al pavo, nunca mejor dicho. Luego, de vuelta al cuchillo, deshuesó el esternón de la pechuga, y nuestro pavo perdió su orgullosa arrogancia, qué se le va a hacer.

Sara bajó unos palillos y con eso recolocamos la pechuga, ya sin esternón, en el pavo... y así conseguimos hacerle entrar en el horno de pan.

Tras la ardua batalla lo dejamos allí solito, a temperatura constante de 180º, hasta que volvimos a por él tres horas después. Mientras, Sara lo había mimado, refrescándolo de vez en cuando con agüita, que tan buena salsa haría luego...

Susan y Sara se rieron bastante y quedaron en que el año que viene el pavo no debería tener más de 15-16 cm entre pecho y espalda, y que serían dos si hiciera falta. Mientras fui a por el coche, habían envuelto al pavito y embotellado la salsa. Solo me quedó cargarlo y subir tranquilito hasta Laguna, para que el pavo no se mareara.

Llegamos a casa con el pavo justo a tiempo y al tiempo que todos nuestros invitados: primero aparecieron, Manolo y Olalla con Gema; inmediatamente Javier con Cristina y Olivia; luego Pepe y Lucía, ya muy embarazada, que se habían perdido un poco entre Muro y Ortigosa.

Más adelante, llegaron José Luis y Arancha con su prole, Laura, Samuel y Bruno.

Y algo después los últimos, Alfonso y Maite, que por algo era quienes venían desde más cerca, Logroño.

Javier había traido una torta portuguesa, origen de la extremeña del Casar, y un buen cava que empezamos a despachar con hambre mientras nos saludábamos.

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